nconsciente de que ya habían pasado catorce meses desde que él se fue, María seguía sentándose cada día en su sillón. No es que no quisiera sentarse en el de él, y tampoco es como si todo hubiese quedado como un santuario desde el día que él murió.
Sencillamente, ese sillón estaba ocupado por cojines. Unos cojines demasiado descansados que deseaban ansiosamente cada navidad, vacaciones o esporádicos fines de semana, la visita de los nietos con sus inevitables guerras de cojines, golpes, Amarres, risas ... Ella también disfrutaba. El resto de los días la casa sólo era el silencioso hogar que durante tantos años fue el escenario de incansables, ruidosos y numerosos niños y no tan niños.
María salió ayer a pasear como cada mañana a eso de la una, obediente a los consejos del médico que le había prohibido salir antes de las once por no sé qué rollos de la inversión térmica y la contaminación. Pero no volvió a comer. Se sentó en una silla de una terraza a la sombra que ofrecía deliciosos granizados de limón al visitante.
Se pidió uno, bebió. Había hecho esto cada primavera desde que se conocieron, y siempre que los escasos ahorros se lo habían permitido. Se acordó de eso, miró a la silla de enfrente, y le recordó mirándola y pidiéndola esas cinco pesetillas que faltaban para pagar. Una potente risa salió de lo más profundo de su anciano cuerpo, sus ojos volvieron a arrugarse y sus mejillas se sonrojaron como cuando escuchaba los ingeniosos piropos que él la regalaba. http://www.consejeriasentimental.com/ Sintió como si esos últimos catorce meses no hubieran existido, o como el el tiempo hubiera pasado sin pisar, por encima de ellos. -¡Ay Manuel, cuánto te hemos echado de menos los niños y yo!- dijo. Su mano se relajó y el granizado empezó a derretirse.
Sencillamente, ese sillón estaba ocupado por cojines. Unos cojines demasiado descansados que deseaban ansiosamente cada navidad, vacaciones o esporádicos fines de semana, la visita de los nietos con sus inevitables guerras de cojines, golpes, Amarres, risas ... Ella también disfrutaba. El resto de los días la casa sólo era el silencioso hogar que durante tantos años fue el escenario de incansables, ruidosos y numerosos niños y no tan niños.
María salió ayer a pasear como cada mañana a eso de la una, obediente a los consejos del médico que le había prohibido salir antes de las once por no sé qué rollos de la inversión térmica y la contaminación. Pero no volvió a comer. Se sentó en una silla de una terraza a la sombra que ofrecía deliciosos granizados de limón al visitante.
Se pidió uno, bebió. Había hecho esto cada primavera desde que se conocieron, y siempre que los escasos ahorros se lo habían permitido. Se acordó de eso, miró a la silla de enfrente, y le recordó mirándola y pidiéndola esas cinco pesetillas que faltaban para pagar. Una potente risa salió de lo más profundo de su anciano cuerpo, sus ojos volvieron a arrugarse y sus mejillas se sonrojaron como cuando escuchaba los ingeniosos piropos que él la regalaba. http://www.consejeriasentimental.com/ Sintió como si esos últimos catorce meses no hubieran existido, o como el el tiempo hubiera pasado sin pisar, por encima de ellos. -¡Ay Manuel, cuánto te hemos echado de menos los niños y yo!- dijo. Su mano se relajó y el granizado empezó a derretirse.